martes, 2 de enero de 2007

MADRE DE CRISTO, ¡TE QUIERO!

¡Hola hermanos! Ante todo, lo primero que quiero hacer es presentarme. Me llamo María Jesús y pertenezco a la Parroquia San Juan Bautista de Arganda del Rey. Hace muchos años que conozco a JESúS y a la VIRGEN MARÍA, desde entonces son mis Amigos inseparables. He vivido experiencias hermosas en la vida pero ninguna se compara al encuentro personal que tuve con Ellos en Lourdes.

Yo antes muchas veces ( bueno aún lo hago) me dejaba llevar por la razón y me decía "ya sabes que engañoso es el corazón así que no confíes siempre en lo que te dice". Se puede decir que tenía y tengo una fe bastante inmadura. Durante parte del trayecto hasta Lourdes fui orando a Dios para que, fuera en la dirección que fuera, Él me mostrara el camino a seguir durante mi estancia en Lourdes y, sobre todo, después... Creo que el Señor me escuchó, porque gracias a la experiencia allí vivida y también al sacramento de la confesión pude ver que “ La fe es como una rosa cerrada, que con el paso de los años comienza a enriquecerse y luego florece". Lo que sucede es que algunos la viven antes y a otros nos cuesta un poquito más llegar a ella.

Mi primera impresión camino al Santuario fue un poco negativa, no sé si es porque nos hallábamos en la zona comercial del pueblo, pero me recordaba demasiado a las calles llenas de tiendas de recuerdos, propias de los pueblos costeros de nuestro querido Levante español. La diferencia es que en Lourdes todos los regalitos y recuerdos giraban alrededor del tema mariano (Rosarios y garrafas de agua inundaban las tiendas).

Ahora bien, una vez te adentrabas en el Santuario, todo era diferente. Nada más bajar la rampa que da acceso a la explanada principal, digamos que uno entra en otro mundo. Las tiendas, los regalos, el comercio, todo eso se queda fuera. Una de las cosas más increíbles era el ver la cantidad de nacionalidades que estaban allí presentes: franceses, españoles, polacos, italianos, chilenos, colombianos, indios, alemanes, norteamericanos...¡¡aquello parecía la ONU!!. Una vez dentro lo primero que te encuentras es la enorme basílica ( que choca un poco con la idea de la pequeña iglesia - capilla que “aquero” pidió a Bernadette) y, sobre todo, la gruta. Puedo asegurar que yo sentía inquietud por acercarme a la gruta, no sabía lo que me iba a encontrar a allí. Sin embargo encontré una paz como pocas veces en toda mi vida he llegado a experimentar. Me impresionó el silencio y la sacralidad de aquel lugar. Tuve la sensación clara y nítida de que me encontraba en un lugar santo. Es difícil expresar con palabras todo lo que sentí y viví en esos momentos. La gruta es el lugar donde de humilde de corazón le conté todas mis penas a la Virgen, y también le di gracias por todas las bendiciones que Dios me ha concedido. Ella, como madre nuestra, me calmó y reconfortó. Me sentía tan feliz en la Gruta, que por largo tiempo toda mi sensación era la de estar contenta porque ya estaba en ella. No hacía ningún esfuerzo consciente por hacer oración, ya que emanaba sola de mi interior. Hasta un tiempo después no me di cuenta de que no estaba sola. Una vez vuelta a la realidad, pude observar lo que pasaba a mi alrededor . La primera cosa en que fijé mis ojos fue en la blanca estatua de mármol de la Virgen Santísima, que se encontraba según me dijeron en el mismo lugar y posición en que se apareció a Bernardita. La siguiente cosa que observé en la Gruta fueron las llamas de los cirios que se queman en honor de nuestra Señora, expresando la oración de miles de almas y respirando anhelos y resignación.
Quiero destacar la inmensa labor que hacen los voluntarios al ayudar a los necesitados. Era curioso. El lugar estaba lleno de personas enfermas, muchas de ellas inválidas, pero allí se respiraba esperanza y vida y no falsa religiosidad y muerte. ¡Cuántos son los enfermos y peregrinos que han encontrado en la Gruta de Lourdes, una abundancia de paz que ha llenado sus almas con una alegría tal que las palabras son incapaces de definir!
Otra de las maravillas de Lourdes es el Vía Crucis que se alza en la colina boscosa que se halla tras la Basílica. Cada una de sus 15 Estaciones , elaboradas a partir de esculturas de bronce de tamaño mayor que el natural, representan los diversos pasos de la Pasión . Me llamó mucho la atención que a pesar de lo empinado del sendero, muchas personas descalzas se afanaban en subir por él. También me llamó la atención, durante todo el recorrido, el estado de ánimo de dos peregrinos. Estaban tan llenos del espíritu de Dios, que no tenían ni una mirada para contemplar el maravilloso paisaje que a su vista se extendía.
Otra de las cosas q también me marcó mucho fue cuando el penúltimo día asistimos a la procesión de las antorchas. Me quedé impresionada por su belleza, su simbolismo... Como personas venidas de diferentes partes del mundo (franceses, japoneses, españoles, etc) rezábamos el Santo Rosario a través de diferentes idiomas y cánticos en comunión con Cristo. Allí, pude ver como el espíritu cristiano se reflejaba en los rostros de todos los que estaban a mi alrededor.
Aunque la experiencia que más me impactó fue el baño en las piscinas. Me conmovió mucho ver a tanta gente "rezando por lo mismo". Fue una sensación extraña, por un lado todo a mi alrededor se entornaba de un color grisáceo. Se respiraba enfermedad y penuria por todos lados, ( para algunas de esas personas era su última esperanza de curación), pero también mucha devoción. Antes de entrar estaba muy nerviosa y hecha un mar de lágrimas, no sé si por la emoción de encontrarme con la Madre o porque no sabía lo que me iba a pasar. Os relato brevemente lo que me aconteció. Tras esperar una larga cola, llegué a una especie de habitáculo . Una voluntaria muy simpática ayudó a desvestirme y me puso una especie de sábana cubriéndome el cuerpo. Mirad si estaba nerviosa que me dijo hasta tres veces lo que tenía que hacer una vez estuviera en la piscina y aun así no me enteré. Cuando llegó mi turno entré en otro habitáculo, donde se hallaba la piscina. Una vez allí me cambiaron la sábana por una toalla, me metí en la piscina, cuya agua estaba congelada, todo hay que decirlo. Supuestamente en este momento debería haber hecho una pequeña oración o haberle dicho a la Virgen la razón por la cual me encontraba delante de ella, pero lo único que acerté a decir fue: “ Virgencita, virgencita , estoy muy nerviosa a si es que luego hablamos a la salida”, besé la imagen de la Virgen y me sumergieron durante unos segundos. En ese momento encontré una paz y tranquilidad que me era de gran consuelo, me sentía como una niña pequeña que ha llegado a los brazos de su Madre. Fue un momento tan especial , tan íntimo de unión con la Madre, que no lo puedo describir con palabras. Es una experiencia que recomiendo a todo el mundo. Tras finalizar la inmersión me volvieron a poner la sábana y me vistieron, y lo digo literalmente, lo que me causó un gran desconcierto porque yo estaba perfectamente. Era como un sentimiento de impotencia el no poder ni siquiera abrocharme el botón del pantalón o meter yo sola el brazo por la manga, porque hay gente que no puede hacerlo, pero yo no me creo merecedora de tanta atención.

Tras la experiencia vivida en aquel lugar santo, el resto del día estuvo marcado por un silencio ante todo lo que mi alma estaba redescubriendo. Cuando esa noche me acosté para dormir, fui consciente de que allá en la piscina había muerto mucho de lo poco que me queda de ser racional, de ser que todo se lo cuestiona. Aquella Inmaculada Concepción había intercedido a Dios para que me hiciera entender la verdadera esencia cristiana de la veneración a la Madre del Salvador, causa de nuestra salud espiritual.

De los millones de enfermos que han viajado hasta Lourdes desde que la Virgen María se apareció a la joven Bernadette el 11 de febrero de 1858, la Iglesia ha reconocido 65 curaciones, calificadas como milagros, sin contar las cerca de siete mil curaciones inexplicables registradas hasta el momento. Todos los enfermos que vienen a Lourdes, de alguna manera, quieren curarse. La inmensa mayoría se van sin sanar, pero sin desilusionarse. Y es que hablar de Lourdes es hablar de milagros y curaciones sorprendentes. A pesar de ello, la Iglesia Católica se muestra cauta en el reconocimiento oficial de los milagros. Tan sólo una pequeñísima parte de los presentados como tales son reconocidos como intervención divina. Esa prudencia es lo que creo que permite la actual credibilidad.

¿Qué es pues, lo más grande de Lourdes? El enfermo. Atendido, asistido, y hasta mimado. Los más tristes y desesperados casos se pueden ver en cualquier rincón de Lourdes; perfectamente cuidados, llevados y traídos por un generoso voluntariado internacional y multirracial que con delicadeza ve a Cristo en el cuerpo a veces tan descompuesto de la camilla que empuja o arrastra. ¡Y lo más admirable!; se percibe a simple vista alegría en la aceptación de la enfermedad, del sufrimiento.

Lourdes es un sitio privilegiado para la devoción cristiana. Lourdes es Oración, silencio para el recogimiento, multitud de rosarios en las manos de los fieles, gente enfervorizada de rodillas, culto público y multitudinario en tantas ocasiones para atender las necesidades espirituales de los peregrinos que acuden en masa...A Lourdes llegó una María Jesús diferente de la que salió. Bien sé que sólo Dios sabe si ese cambio será definitivo y si afectará a mi forma de vivir, pues ya os dije que tengo una fe bastante inmadura. Cuántas noches, habéis hecho examen de conciencia y os habéis preguntado: ¿Qué buena obra he hecho este día en bien del prójimo? Y descubres con tristeza, ( yo por lo menos ) que ninguna. Hice un viaje para complacer mi espíritu viajero y mi sed de convivencias, porque es algo que me encanta, ya sea con mi parroquia o con la Diócesis, y Cristo me premió con la Madre que ofreció a su discípulo amado en la cruz. Sin duda es uno de los mayores regalos que el Señor puede ofrecer a los que le aman y procuran guardar sus mandamientos. MADRE DE CRISTO, ¡TE QUIERO!.

MMM

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